En un reciente artículo de nuestra autoría, titulado “Occidente y el Cristianismo. Hoy y Mañana” (1), denunciamos el efecto disolvente que el Modernismo ha arrojado sobre el Cristianismo, “aguachentándolo”, “desluciéndolo” e, incluso, tergiversándolo. En aquella ocasión, señalamos
también que, por causa de la aludida adulteración, muchas de las tentativas producidas para frenar el deslizamiento decadente de nuestra Civilización Occidental, se han desarrollado por fuera del bastardo cristianismo modernista.
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